Superman y yo (Una reflexión sobre la naturaleza humana de un mito)
El último hijo de Krypton, un planeta moribundo cuya tecnocracia le lleva al desastre, es también el inmigrante por excelencia, en un Estados Unidos que cree en el sueño americano de Roosevelt, donde todo hombre es igual y libre por sobre cualquier consideración (algo que no ocurriría en si, al menos no hasta tres décadas más tarde), donde lo justo triunfa por sobre el egoísmo y la avaricia de quienes ostentan el poder, quien no permitirá que otros dañen al desamparado, al lisiado, el desvalido o indigente, solo por ser diferentes. Superman, por sobre toda consideración o análisis en la forma, es el ejemplo de lo correcto, de lo sano y justo, también del ideal humano presentado por Nietzche en su obra, más allá de cualquier consideración racial ( difiere el autor con el discurso que sostienen los nazis en Alemania por esos años, básicamente porque el mismo superhombre es un estado de conciencia, un puente para el débil y necesitado, no un superior físico), listo para ser seguido, aprendido y reflejado, todo ello en un conjunto de papel barato que costaba centavos. En el fondo, el mismo reflejo de lo que esperaban de la vida aquellos dos jóvenes autores, y que la historia les negó por cuatro décadas, hasta que en parte se logró hacer justicia...en fin, que son otras historias. Lo importante de ello es el mito en si, el tulpa como se menciona en algún artículo sobre un autor de comics, el mito y la condición del ser.
Es curioso, pero al escribir este artículo quise dar rienda suelta a todo lo que sé del hombre de acero, pero al parecer es más importante sacar lo que llevo dentro sobre Kal El/ Clark Kent, el chico de Smallville, Kansas, que llegó a una gran ciudad, Metrópolis, donde formó lazos de amistad duraderos con gente de diversos lugares, donde encontró el amor y aprendió a ser feliz, más allá de la identidad del héroe, con pequeñas cosas, con ser padre, amigo y pareja, con ser reportero, escritor y ejemplo. Con ser simplemente él. Y creo que si nos ponemos a hilar fino, esta nota se extenderá en demasía, cuando la verdad es que solo quiero decir "Salud, gracias" por un amigo de la familia que estuvo conmigo desde mis primeros momentos, que logró consolarme en algún llanto, y del cual aprendí, junto con otras miles de lecturas, que un héroe no se define por sus poderes o tecnología, sino que por su naturaleza y corazón. Y ese es el verdadero legado del hombre de acero, enseñarnos que para ser mejor simplemente debemos actuar de mejor forma y fondo, pensar en el otro, en el mundo, en nuestra Tierra. Por todo ello, nuevamente gracias y vamos por ochenta años más.
Vicente Pascual Moscoso
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